Todos los momentos tienen su libro, también lo tuvo la peste bubónica en la Florencia de 1348, que sentó las bases para que Boccaccio escribiera el Decamerón.
Durante este año, 2020, la pandemia del coronavirus confinó durante meses a buena parte de la población mundial para evitar el contagio de la Covid-19. Del encierro surgió este libro, CONFINADOS, relatos para una pandemia , en el que se realiza un homenaje al cantautor Luis Eduardo Aute, fallecido el 4 de abril.
El libro, editado por Más Madera, consta de 28 relatos de diferentes autores que escriben sobre la crisis sanitaria y económica que provocó el confinamiento como tema literario, algo inaudito en nuestra cultura.
Mi aportación a este libro es el relato titulado EL AÑO QUE QUISIMOS ENCERRAR LA PRIMAVERA:
Había una vez un país tan lejano que las noticias que nos llegaban de él nos parecían inconcebibles. Eran cuentos chinos. Mas adelante, algunas personas llegaron para vivir con nosotros, cerca de nuestras familias, pero no se mezclaron porque se ubicaron en los barrios chinos. A pesar de los primeros recelos, empezaron a vendernos unas naranjas tan pequeñas y dulces que las adaptamos como nuestras: las mandarinas.
Mucho más pequeño (y no tan dulce) fue el virus que en un triple salto mortal desde oriente se instaló en nuestros pulmones hasta asfixiarlos: lo llamamos el coronavirus. Todos los días nos jugábamos a los chinos para ver a quién le iba a tocar la china. Al desgraciado a quien lo nombraba el infortunio estaba obligado a ingresar en un centro hospitalario donde los sanitarios trabajaban como chinos para que los afectados no achinaran los ojos para siempre. La población estuvo semanas confinada en sus casas y a más de uno le pareció esta crueldad una tortura china, más larga y tediosa que la Gran Muralla. En tan penosa espera, algunos aprendimos algo de cocina, incluso a pasar la comida por el chino. Otros, vestidos todo el día con un kimono y unas chinelas, estuvieron colgados muchas horas de las pantallas Made in China. Y en algún momento estuvimos atentos a las noticias en las que el portavoz gubernamental sudaba tinta china para explicar con un poco de lógica esta catastrófica situación. En tan largo aislamiento, algunas no se olvidaron de la felicidad con las bolas chinas, y algunos recordamos otros tiempos felices con el tirachinas.
Al final de la cuarentena (que duró más de 40 días), todos salimos a la calle muy contentos para celebrar la victoria del género humano sobre una simple molécula formada por proteínas y azúcares. Yo me puse la mejor ropa que tenía guardada en el ropero para estas ocasiones festivas. Y así, con estos pantalones chinos todavía sin estrenar, aunque comprados en las últimas rebajas de invierno en un bazar chino, me atreví a salir a la calle para entregar al correo esta crónica que escribí con tinta china, primorosamente envuelta -cómo no- en una caja de laca china.
¡Que chino! Perdón quería decir: ¡Que chulo!
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Ingeniosa manera de introducir la palabra «chino» en tu cuento. Me ha gustado mucho.
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