Hubo una época lejana en la que los juegos infantiles se aprendían de los mayores en una transmisión oral con pocas variaciones y muchas limitaciones. Una de estas escasas innovaciones surgió a principios del siglo XX con un invento inglés tan rudimentario como eficaz: el balón, la forma más simple y perfecta creada por la geometría humana, un volumen celestial en el que todos los puntos equidistan de un centro. La esfera deportiva comenzó como un amasijo de ropa entrelazada, aunque a veces también servía una simple lata vacía. Poco después evolucionó hacia la cámara de aire recubierta de cuero.
La industrialización de esta época también afectó a otras facetas de la vida infantil. Con la llegada del siglo XX se comienzan a explotar de forma masiva las minas de carbón, el combustible que va a mover las calderas del progreso, antes de que llegue el petróleo. La técnica y el capital para la actividad carbonera vienen de otros países europeos que tenían más tradición en este tipo de negocios. Con el mismo paisaje de miseria, barro y hollín que escondían los valles mineros del centro de Asturias y el norte de León, serán otra vez los ingleses los que ponen nombre a los muchachos que empiezan a trabajar en las minas, a los que se mueven por el exterior lavando el carbón antes de que tengan la edad para poder entrar en la mina. Del término inglés washed “el que lava” procede nuestro guaje, primero con el significado propiamente minero, después ampliado a un significado general, siempre en ámbitos carboneros.
De esta manera, en las zonas mineras la industrialización hizo que los niños empezaran a ser los guajes que corren detrás de un balón.

Simultáneamente, fue llegando a los pueblos uno de los artilugios más espectaculares de la industrialización: el cine, un nuevo elemento de la contaminación cultural con la que las grandes potencias dibujaban la modernidad. A mediados del siglo el gran faro cinematográfico era Hollywood, el séptimo arte que hablaba en inglés, otra vez el inglés.
Pero, y a diferencia de otros países europeos, en España estas películas que llegaban de un lugar tan remoto se tradujeron rápidamente a la lengua patria. En un primer momento, los productores norteamericanos buscaron los actores de doblaje al español en el país más cercano. Fue así como muchas de las películas estadounidenses en blanco y negro que se veían en España tenían el inconfundible acento mejicano. También se empleaban expresiones mejicanas, como chamaco para referirse a niño, muchacho.

Fue así, en los años cincuenta, cuando en las cuencas mineras los niños se convirtieron en guajes y el cine los hizo chamacos. Todo por influencia de la lengua inglesa.
Y detrás del balón.
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