El 2 de febrero de 1922 James Joyce cumplía 40 años y fue ese el día elegido para sacar a la luz su obra más elaborada tras siete años de escritura, rodeado por montones de notas y correcciones: Ulises. Una obra que ya había levantado mucha expectación antes de su edición cuando el autor publicó algunos fragmentos en revistas literarias. Y mucha polémica, con prohibiciones y censuras al texto considerado obsceno por diversas autoridades.
La publicación de la novela polarizó a críticos y lectores en dos grupos antagónicos. El argentino Borges, uno de los escritores más ligado con las vanguardias, la rechazó de plano cunado dijo: «No creo que nadie lo haya leído». Otro de los grandes innovadores de la narrativa del siglo XX, el norteamericano Faulkner, recomendó prudencia y algo más a la hora de comenzar la lectura: «de la misma manera que los predicadores que no conocen la Biblia, con fe». Nora Barnacle, la mujer de Joyce que participó directa e indirectamente en la obra, declaró que no había podido pasar de las 27 primeras páginas, incluida la portada. Otros críticos se preguntan qué se puede esperar de un autor que había declarado que los burdeles eran los lugares más interesantes que se pueden encontrar en una ciudad. Y es en un prostíbulo donde se desarrolla el capítulo más extenso del libro, el 15, dedicado a Circe, con una estructura dramática en la que el narrador deja solos a los numerosos personajes que pululan por la magia de la noche dublinesa.

La historia que narra es sencilla: la vida cotidiana de Leopold Bloom y su amigo Stephen Dedalus en Dublín desde las 8 de la mañana del jueves, 4 de junio de 1904 (fecha en la que el autor se cita por primera vez con Nora, la que será su esposa) hasta las 2 de la madrugada del día siguiente por un largo vagabundeo por un Dublín poliédrico repleto de gentes, voces, colores, olores, miserias y alguna grandeza. En las últimas horas el protagonismo lo ejerce la mente en duermevela de Molly Bloom, esposa de Leopold.
Al contar la odisea interior, prosaica y vulgar de estos personajes, James Joyce los eleva a la categoría de los héroes clásicos. Es la epopeya del hombre contemporáneo.

Leopold Bloom y Max Estrella
Leopold Bloom es un personaje que se mueve por la geografía dublinesa con una mezcla de amor y asco, «la vieja cerda que se come su propia lechigada», algo parecido a lo que le ocurre a otro protagonista literario de esta época. Algo antes, en 1920 sale la primera edición de Luces de bohemia de nuestro compatriota Valle-Inclán. El protagonista, el ciego Max Estrella, también deambula por un Madrid «absurdo, brillante y hambriento». Ambos callejean por tabernas, burdeles, calabozos y redacciones de periódicos en un viaje breve y accidentado. La gran diferencia de los dos viajeros es el final. Si la Itaca del dublinés es la cálida cama con su Penélope, el final de Max es el frío de la muerte en una calle en la madrugada madrileña.
Ambas obras supusieron una nueva forma de presentar los personajes literarios en sus correspondientes géneros. Cien años después, sus destellos todavía iluminan los callejones donde se arrastran los héroes anónimos en su periplo por la aventura de vivir.
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