La gramática dice que la palabra felicidad es un sustantivo abstracto porque no se percibe por los sentidos, pero el género humano lleva luchando toda la vida para que los sentidos experimenten ese estado de ánimo de satisfacción y alegría por encima de todos los demás deseos. Para lograrlo, inventamos las religiones, elaboramos alucinógenos, derrochamos fortunas, escarbamos las entrañas de las tierras y las vísceras de las bestias, teorizamos doctrinas filosóficas.

En ocasiones, la felicidad, esa sensación tan simple y universal, única riqueza del ser humano, nos es esquiva e intentamos cortejarla, exhibiendo nuestros encantos, invirtiendo esfuerzos y dineros. En otras ocasiones, la felicidad se alcanza desde la sencillez, como el cínico Diógenes cuando es encontrado por el todopoderoso Alejandro Magno. Y es que ya lo dijo el asceta oriental Buda: No hay un camino a la felicidad, la felicidad es el camino.
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