Por la mañana, un viento ligero del suroeste movía las nubes que pasaban por encima de nosotros con la inconsistencia de inofensivos fantasmas de túnica veraniega. Más tarde, la fuerza del viento fue arreciando y enfriándose, lo que nos obligó a abrigarnos, a pesar de estar a mediados de julio. Por la tarde, el viento roló en pocos minutos y sacó de la nada un silencioso ejército de nubes bajas y neblinas norteñas que rápidamente se enroscaron por las rocas para cubrir los montes y ocultar los valles. Poco después, orvallaba.

Así es la vida en el Parque Natural de Las Ubiñas y La Mesa. Capaz de metamorfosear en un instante un paisaje bucólico, agreste, vivo. Un paisaje donde se alimenta la cabaña de la alta montaña cantábrica: cientos de vacas casinas acompañadas por toros amenazantes, cabras y ovejas de los más variados colores, caballos con sus crías, casi todos con el cencerro al cuello.
Y los mastines, que se mimetizan al emboscarse entre las hierbas de los pastos, pero que se hacen amenazantemente visibles cuando quieren proteger al ganado de seres extraños, sean humanos o lobos.

En los dos o tres meses en los que desaparece la nieve, el hielo y otras inclemencias atmosféricas, las flores visten de colores y envuelven con sus olores el paisaje. En tan poco tiempo, exhiben con una intensidad inaudita sus mejores galas, siempre diminutamente grandiosas y tan efímeras que quedan grabadas para toda la vida en la memoria del paraíso.

Foto de Alfonso Contreras

Foto de Alfonso Contreras
Pero, como todos nosotros sabemos, y por paradójico que nos parezca, la vida y la muerte están inseparablemente unidas entre sí, de tal forma que no puede entenderse una sin la otra.

En 1745 Mijaíl Lomonosov y Antoine Lavoisier, por diferentes caminos y métodos, llegan a la misma conclusión, a la ley que dice que la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma. La evidencia nos dice que la muerte de la vaca de la foto dio vida a otros animales de diferente catadura. Algunos les arrancaron las patas para llevarlas a sus guaridas para un banquete privado, y otros muchos tuvieron el festín en la misma mesa siguiendo un estricto orden protocolario. Al final, solo quedan los huesos mondos y lirondos.
Ya lo escribió en el Siglo de Oro Lope de Vega con más claridad: – «La vida es corta: viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra».
Todo lo que vemos en el Macizo de Las Ubiñas nos recuerda la ley de Lavoisier-Lomonosov. Como las piedras de construcciones abandonadas de unas cabañas que son utilizadas en otra de diferente estética.


Y también en la vida humana, como estos dos niños, que se divierten con un tractor de juguete en torno a un balagar infantil.

Y es que solo se muere una vez, aunque, para mi desgracia, es para toda la vida.
Deja una respuesta