Nevóu muitísimu anueite, pero acaba de clariar un poucu’l cielu polos altos. Chega’l primer resplandor del sol, entovía muertu. Yá soi a vere los bultos de la cabanas de la braña na parte baxa del val.le.
Sangre na braña, Roberto González-Quevedo
La nieve no deja indiferente a nadie, y menos a los que nacimos entre ella. La memoria nos la presenta, copo a copo, en montes y caminos, tapando las puertas e iluminando el valle.
Y es que este mes de febrero está cumpliendo las expectativas que se tienen de él: es el invierno en grado superlativo, aunque no siempre llueve a gusto de todos, como dice el refranero:
Agua y nieve excesiva, no dejan criatura viva.
Año de nieves, año de bienes.
Añu de nevadas, añu de fornadas.
La imaginación en los Picos de Europa, donde se conservan neveros durante todo el año, formó este dicho:
En Los Picos del Cornión,
ondi’l diablu se colgó,
ondi Dios puso la nieve,
la que nunca se quitó,
y nun añu que faltó
to la xente morrió.

Miguel de Unamuno compuso uno de los poemas más hermosos sobre la nieve:
La nevada es silenciosa,
cosa lenta;
poco a poco y con blancura
reposa sobre la tierra
y cobija a la llanura.
Posa la nieve callada,
blanca y leve
la nevada no hace ruido;
cae como cae el olvido,
copo a copo.
Abriga blanda a los campos
cuando el hielo los hostiga,
con sus campos de blancura;
cubre a todo con su capa,
pura, silenciosa,
no se le escapa en el suelo
cosa alguna.
Donde cae alli se queda,
leda y leve,
pues la nieve no resbala
como resbala la lluvia,
sino queda y cala.
Flores del cielo los copos,
blancos lirios de las nubes,
que en el suelo se ajan,
bajan floridos,
pero quedan pronto
derretidos;
florecen sólo en la cumbre,
sobre las montañas,
pesadumbre de la tierra,
y en sus entrañas perecen.
Nieve, blanda nieve,
la que cae tan leve,
sobre la cabeza,
sobre el corazón,
ven y abriga mi tristeza
la que descansa en razón.


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