A través de un líquido denso y viscoso, me muevo veloz.
Desde el primer momento sé que no viajo solo en este universo pegajoso y lúbrico,
repleto de soles y agujeros negros.
Formo parte de un ejército alocado con millones de peones,
sin general ni estandarte.
Mi cabeza me dicta la única orden que debo cumplir
si no quiero morir en el intento.
Es una orden estricta y cruel:
solo uno entrará en el reino de Juno,
hermana y esposa del temido Júpiter Tonante,
diosa de la maternidad.
El resto vagará por fluidos extrañamente fríos hasta perderse en alguna nebulosa.
Apenas le saco media cabeza a mi competidor más cercano.
Del resto no sé nada,
algunos estarán siguiendo mi estela,
otros se habrán perdido,
y es probable que ya haya bajas en esta carrera
sin reglas ni piedad.
Y de repente me encuentro con Juno,
que me recibe con los brazos abiertos.
Me obsequia con las mieles que tiene reservadas para el primer
navegante que llegue a sus playas de arenas resplandecientes.
Sus arqueros atravesarán los corazones del resto del ejército,
ya en descomposición.
Es entonces cuando el calor de nuestras fuerzas origina la fusión que va a provocar el cataclismo que precede al nacimiento de una nueva estrella.
Fue un viaje electrizante, agotador, pero mereció la pena porque en la nueva tierra deposité el pendón de la victoria para todo mi linaje.
La historia de un ser entre millones.
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