Hay algunos rincones en el mundo en los que, aunque resulten inhóspitos, lejanos, recónditos, poseen una fuerza tan especial que los humanos siempre los miraron con respeto. Con veneración si estas duras tierras se elevan por encima de ellos para ocultarse entre las brumas de las alturas.
Por miedo a las emboscadas y a las crecidas fluviales, las comunicaciones romanas se caracterizaron por evitar las hondonadas de los ríos. En sitios montañosos, como la Cordillera Cantábrica, buscaban trazar las rutas por cordales, aunque quedaran inutilizables durante el invierno, como en la vía Carisa o el Camín Real de la Mesa.

En la romanización del norte peninsular, el ahora llamado Camín Real de la Mesa se creó como una vía de comunicación entre las dos Asturias (la Cismontana y la Trasmontana), entre la capital (Astúrica Augusta, que derivó en el topónimo Astorga) y las tierras que quedaban tras los montes. Posteriormente, Alfonso X concedió diversos privilegios reales (de ahí el nombre Camín Real) a los ganaderos que realizaban la trashumancia de sus ovejas. En este caso, las ovejas merinas venían a pastar en Somiedo en los meses en los que las dehesas extremeñas quedaban agostadas. Eso explica que el tramo que comunica Babia con Somiedo esté mejor conservado que el resto porque sería una continuación de la Cañada Real de la Plata, que comunica Astorga con Mérida.

Este tramo tiene su altura máxima en el puerto de la Mesa (con 1.785 m) en el valle de Las Partidas, en un límite que separa la parte asturiana de Somiedo con la leonesa de Babia. Al lado de la senda se levantan a izquierda y derecha varias cumbres que superan los dos mil metros. Muchos picos señeros son también marcas territoriales, que a su vez están unidos por alambradas separadoras que impiden que el ganado pase de unas propiedades a otras.

En el invierno de estas tierras altas, la nieve es la señora que corona las testas más altivas. Durante el resto del año, es la hierba de sus praderías la que tiñe de un apacible verdor los valles y laderas. Y en lo alto, rocosos y amenazantes, siempre permanecerán los impasibles centinelas que dan fe de los caminos que unen y de las alambradas que separan.

El montañero que ve las cumbres y cordales en la lejanía del tiempo, pensando si algún tiempo pasado hubiera sido mejor. Sin pararse a mostrar su paso por ellas, la conquista personal de la cumbre y el cordal.
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