Ya pasaron 6 años desde que la Asociación de Escritores de Asturias sacó a la luz PRIMAVERA ETERNA, era el número 3 de la colección Minimal, y la presentación fue el 23 de abril de 2014 en la sala de arte ovetense Falcón.
En esta primavera del 2020 se intentó continuar aquella labor literaria, pero la primevera fue diferente, muy diferente, desgraciadamente diferente. Fue precisamente en el idus de marzo cuando el gobierno decretó el estado de alarma que dejó al país con el corazón en un puño.
Hubo que esperar al 22 de septiembre para presentar (medio año después) PRIMAVERA ETERNA 2020, un libro colectivo en el que 18 autores de la AEA reivindican el valor proteico de la primavera.
En esta nueva edición cambió el formato, la colección (ahora se llama SATIRIA) y la nómina de escritores (más abultada en esta ocasión), pero se mantiene incólume el espíritu primaveral de la Literatura.
Aquí va mi contribución, titulada LA PRIMAVERA QUE NOS DEJA SIN RESPIRACIÓN

Al principio nos parecía un cuento chino, lejano y fantástico, pero
enseguida nos dimos cuenta de que sabía otros alfabetos -también el
nuestro- y otras lenguas -incluida la nuestra.
Después, ya en Italia, nos acordamos de los episodios del Decamerón
cuando dejó vacías las calles y confinados los habitantes a la lumbre
del miedo. En otro salto mortal, llegó la dama fúnebre a las tierras más
occidentales del Mediterráneo. Sin darnos cuenta, la teníamos a nuestro
lado, por encima de nosotros, por dentro.
Unos días antes, Casandra y unos pocos heraldos nos anunciaron la
inminente llegada del virus, pero las advertencias de la sacerdotisa no
fueron escuchadas por unas gentes ajenas a su presencia. También llegó
puntual la primavera, Recorrió valles y colinas, trajo lluvias y vendavales,
luz y color, acercó un poco más el sol y la luna, pero ningún humano
pudo salir a recibirla.
Hasta que un día se encontraron frente a frente las dos damas, la de la
vida y la de la muerte.
Una montaba un caballo ceniciento con estribos y riendas, el brillo de
una guadaña ocultaba totalmente su rostro. La otra, subida airosa en
un corcel sin bridas ni montura, trataba de encontrar lo que había en
los ojos de su contrincante. Por encima de ellas, el sol cogía más fuerza
a medida que Apolo, enamorado de Casandra, le daba más vida para
conseguir que los vaticinios de su amada fueran creídos por una vez.
Fue este brillo solar lo que produjo la ceguera de la dama acostumbrada
a encerrarse en los pulmones infectados de los humanos, donde anidaba
hasta asfixiarlos.
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