La fama la tiene el río Xiblu por sus cascadas, pero paralelo a él también despeña sus aguas el río Cuevas. Los dos nacen muy cerca, en lo alto del cordal de La Mesa, en la línea divisoria entre Teverga y Somiedo. Y los dos dejan sus aguas muy cerca y muy abajo, con mil metros de desnivel en los que las cascadas se suceden sin interrupción.

El viaje puede empezar en Focella (o Focel.la o La Foceil.la), la población más pequeña de las tres que forman el Privilegio de Hidalguía por el que el rey leonés Bermudo III les concedió en 1077 a los vecinos la condición de hidalgos libres de impuestos, uno de los privilegios hidalgos más antiguos de España. La causa del privilegio real es el aislamiento geográfico en el que se encuentran los tres pueblos, entre el puerto de Ventana por el sur y el farallón de la Foz de la Estrechura al norte.
Este aislamiento secular permite que en la actualidad sea uno de los lugares más naturales e incontaminados del entorno.
Focella, a 1.070 m, se sitúa a mitad de una empinada ladera por la que brota constantemente agua, que necesariamente tiene que saltar los vertiginosos desniveles que escalonan las cumbres que rozan los 2.000 metros de altitud con el fondo del valle.
Entre el pueblo y el cordal los habitantes construyeron diversas brañas (Braniel.la, Cuevas, Las Navariegas) a las que llevan el ganado durante el verano.

En estos pastizales los ganaderos construyeron cabanas para las vacas y corros para los terneros, que se separan de sus madres para que estas sigan dando leche. Las primeras son de planta rectangular y cubierta (vegetal, de piedra o teja) a dos aguas, mientras que los corros son unas construcciones circulares de tamaño más reducido y enteramente de piedra, incluido el tejado con una falsa bóveda.

Los brañeiros subían todas las tardes para ordeñar y bajaban la leche al día siguiente, la noche la pasaban en la cabana, compartiendo el espacio con las vacas. Son construcciones primitivas, acaso prehistóricas, que usan los elementos más cercanos (piedra, madera y escoba) para colocarlos con la maestría de los mejores artesanos.

Así es esta ladera, recóndita y vertical, con un pueblo, varias brañas, agua, cascadas, bosques, praderías y coronado por picachos despellejados por las inclemencias de las estaciones. Y con mucha historia, la que nos recuerda que durante siglos (hasta que el rey ilustrado les quitó ese privilegio) su aislamiento los convirtió en los primeros hidalgos que solo pagaban tributos a Dios.
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