A la sombra de la imponente torre medieval de los Valdés, en un cruce de caminos entre las poblaciones de San Cucao (un santo con un nombre un poco extraño) y el exotismo toponímico de Guyame, a la vera del río Nora en uno de sus multiples meandros, se ubica la capilla del Diablo, en el concejo asturiano de Llanera, una construcción tan sorprendente como su nombre.

A pesar de estar en un cruce de caminos, la fachada mira para la parte contraria, hacia el norte, una anomalía en las construcciones religiosas tradicionales, que suelen abrir sus puertas a la luz de poniente. Con una sencilla planta rectangular, solo se conserva una parte de sus muros de piedra labrada. El resto es un relleno con ladrillos sin rematar.
La capilla fue destruida en la Guerra Civil y algunos vecinos quisieron reconstruirla con la ecléctica estética de los años sesenta. El tejado es de bóveda de medio cañón de ladrillo y vigas de hierro, y en la fachada dos ventanucos cuadrados, uno a cada lado de la puerta, dan luz al interior de la estancia, donde se amontonan tejas, cemento, ladrillos y otros elementos propios de la construcción, al lado de un sólido altar de piedra, que da fe del indudable espíritu religioso del edificio. Pero estos entusiastas vecinos tuvieron que parar la restauración cuando el dueño del prado donde se ubica la capilla se negó a continuar con aquel desatino, y así llega hasta nuestros días, una obra incluida en el Catálogo del Patriminio Cultural de Asturias.
El retablo está vacío, pero los más viejos del lugar dicen que en otros tiempos albergó la figura de un rubicundo arcángel que pisaba la cabeza del mismísimo Lucifer, aunque otros vecinos, también mayores, creen recordar que esa figura celestial se encendía de cólera cuando empuñaba un tridente con el que querría atravesar a los blasfemos que se arremolinaban en las romerías cercanas, como la de san Antón.
Juzguen ustedes cuando pasen a su vera.
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