Sin necesidad de esperar largas colas en el museo del Louvre para ver la joya más universal del arte helenístico, usted puede contemplar la Victoria de Samotracia en plena naturaleza del monte Naranco. No solo eso, puede tocarla y abrazarse a ella (algo impensable en el museo), si logra trepar el pedestal de piedra donde la diosa alada levanta su altura de 2,75 metros.
Sí, la escultura de la Victoria de Samotracia es una réplica exacta de la que se encuentra en París. Se puede localizar en un paraje semiabandonado y solo tiene que saltar un muro para encontrarse con ella, con el ideal de belleza femenina durante siglos de cultura y civilización.
La escultura fue ideada para ser colocada sobre la proa de un barco, tal como está en el Louvre, pero el emplazamiento en la cara norte del monte Naranco, donde el viento mueve y desordena el vestido de la diosa sobre su cuerpo en movimiento, parece más idóneo que la quietud del aire acondicionado de una sala museística.

Y ¿cómo es posible que esta escultura esté en el monte Naranco? En 2006 el millonario ruso Alexander Ermakov compra una docena de fincas en la cara norte del monte ovetense Naranco. Poco después decide construir en una de ellas una mansión de madera, a pesar de las advertencias de que esa parte del monte es suelo protegido y no urbanizable. Para dejar claro su despropósito, taló los arboles que le podían quitar la vista, entre ellos 30 robles, y levantó un hórreo en la finca porque al no poder ser derribable, tampoco lo sería la casa que estaba a su lado. Sin duda, son modales delictivos que en muchos lugares quedan impunes, pero afortunadamente en Oviedo eso no ocurrió. En diciembre de 2016 la casa fue derruida a expensas del ruso, que también tuvo una multa y una condena de 33 meses de cárcel.
¿Qué queda de todo aquello? Queda una parcela de generosas dimensiones bordeada por un muro de piedra y mortero. En el interior de ella, todavía permanecen restos de aquel naufragio, como dos contenedores marítimos, unos columpios y otros juegos infantiles, un gallinero con una docena de ejemplares y en lo más alto, entre hierbajos, matojos y algún arbusto, se yergue una copia exacta de la Victoria de Samotracia que se se conserva desde finales del siglo XIX en el Louvre. Está mirando al norte y da la impresión de que está a punto de levantar vuelo con sus pesadas alas. En días ventosos parece que esta ficción se puede convertir en realidad, sobre todo, cuando las gaviotas vienen a buscarla con sus lastimosos graznidos de una eterna letanía. O también podría ser que el vuelo de la diosa terminase en el regazo del Cristo que, en lo más alto del monte, la está esperando con los brazos abiertos.

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