Escribió el filósofo alemán Nietzsche que el camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio. Y el silencio es una de las primeras notas sensitivas que ofrecen los Picos de Europa. Pocos animales viven en estas alturas inhóspitas que los humanos siempre miraron con respeto y distancia. Las acusadas inclemencias meteorológicas también impiden el crecimiento de vegetación, solamente unos hierbajos se acurrucan al abrigo de enormes roquedales contra los que choca el viento, el único gemido de soledad que se puede oír.
Son los cuatro elementos esenciales de estas alturas (viento, agua, hielo y nieve) los que dibujan y pintan los farallones con los colores que nos indican sus topónimos (Peña Blanca, Picos Albos, Peñalba, Torre Bermeja, Horcados Rojos, Coteras Rojas, El Naranjo de Bulnes, Altos del Verde).
Los tres macizos, desgajados de la Cordillera Cantábrica, ofrecen a la vista una verticalidad que da lugar a los mayores desniveles de todo el continente, así los cainejos, al lado del río Cares, viven 2.200 metros debajo deTorrecerredo, a menos de 40 kilómetros del mar.

El 26 de abril de 1336 el poeta italiano Francesco Petrarca subió a lo más alto del Mont Ventoux, ese puerto que popularizó el Tour de Francia y en el que murió envenenado por la mezcla de estimulantes y alcohol el ciclista inglés Ton Simpson en 1967.
Desde la cumbre, Petrarca no hizo caso de lo que se extendía ante los ojos porque su mente ya había idealizado la visión que le destilaban sus lecturas del poeta latino Horacio. Es el paisaje bucólico (el tópico locus amoenus) que va a imperar durante siglos en la literatura europea de forma repetitiva. Es muy probable que ese día el monte estuviera cubierto de niebla, pero eso le daba igual porque desde el comienzo del ascenso llevaba en su cabeza un paisaje poetizado.
Mi experiencia en los Picos de Europa en la primera semana de julio de 2017 fue la contraria a la de Petrarca. Cada paso que di, me abrió la posibilidad de descubrir algo nuevo o desde otra perspectiva.
La verticalidad de sus paredes empequeñece la arquitectura gótica de las catedrales más esbeltas. Entre las grietas es posible ver arbotantes y simas que conducen al centro de la tierra. Y en lo alto, las agujas de las torres forman caprichosas filigranas que desafían al cielo.
El tiempo erosionó la roca de diferente manera, redondeándola como en el Urriellu, espigándola como en el pico de los Cabrones, desgajándola como en el Llambrión, amurallándola como La Palanca, angulándola como el piramidal pico Tesorero.

A veces la piedra está cuarteada como tierra reseca, agrietada como un paquidermo que vive sus últimos días, pulida como una lápida expoliada o lavada con las tinturas rojizas y anaranjadas de un bazar turco.
Siempre es posible ver neveros antiquísimos como barcos varados en un paisaje lunar.
Aprovechando esa humedad pueden crecer minúsculos retales verdes que dan vida a humildes flores de vida efímera y colores deslumbrantes.

Foto de Alfonso Contreras
Una de las pocas aves que vuelan en un espacio en el que empieza a escasear el oxígeno es la chova, un córvido que con sus vuelos acrobáticos, inverosímiles, intenta captar la generosidad de los pocos viajeros que por allí se mueven.
En este espacio vertical, solamente los rebecos y las cabras desafían la ley de la gravedad más elemental al moverse por las cicatrices que rasgan en todas las direcciones la faz de un guerrero dormido o sobre los mares de piedra suelta que las tormentas arrancan a las cumbres.


Pero los Picos tienen muchas más sorpresas. Un par de veces al año se puede ver el helicóptero que suministra víveres y otras necesidades a los refugios más inaccesibles. Y también se puede visitar Cabaña Verónica (Macizo oriental), una torreta metálica que ubicaba los cañones de un portaaviones que ahora sirve de refugio.

Foto de Víctor López
Si seguimos los hitos de piedras amontonadas podemos movernos por caminos imposibles, por encima de mares de nubes que cubren los valles queseros.

E incluso es posible ver y escuchar una música celestial que canta algún grupo religioso, como en el pico Jermoso, cuando el sol se esconde tras el macizo del Cornión. Es entonces cuando los sentidos se tiñen de emociones.

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