Visión de Oviedo

Con el título «Visiones de ciudad» fue publicado este texto en el periódico asturiano La Nueva España el 2 de diciembre de 2018

Cuando llego a Oviedo a principios de los años setenta, encuentro una ciudad más negra que mi pueblo (Caboalles, con dos pozos mineros), aunque sin escombreras. Al apearme del ALSA, miré hacia arriba y comprobé que había parado en un pozo, también negro, al que llamaban estación de autobuses. Lo que vi a continuación no desentonaba con mi primera apreciación. Todos los edificios estaban tiznados con el mismo betún de negritud. Empezaba el mes de octubre y las chimeneas de las calefacciones ya habían comenzado el ritual de elevar su tufo hasta ocultar el color primigenio del cielo. La ausencia de viento y la persistente humedad conseguían homogeneizar con el mismo barniz todas las superficies en las que podía posar los ojos.

Mi segunda sorpresa ocurrió al día siguiente, cuando pregunté dónde estaba el río. En aquellos momentos no concebía un asentamiento humano sin un río que le atravesara el corazón o lo ciñera por la cintura. Todo mi universo se ubicaba en torno al fuego y al agua. Me dijeron que para eso estaba la fuente de Foncalada o el caño del Fontán. Más tarde, me enteré de que es precisamente la ausencia de río lo que favoreció que Alfonso II trasladase la corte de Pravia a Oviedo. Efectivamente, la corte de sus tíos, Silo y Adosinda, era asediada con frecuencia por piratas de toda calaña que entraban por la cercana desembocadura del Nalón. La nueva capital tenía que ser un enclave seguro, alejada de la rapiña de los que se movían a lo largo de la costa, saqueadores del esfuerzo ajeno.

La tercera sorpresa fue también una ausencia, no tenía zona de tapeo. Y yo era estudiante, estudiante de Letras, y con huelgas sin horizonte conocido. Los bares estaban desperdigados y había que descubrirlos de una calle a otra de la mano de algún buen guía. ¿Quién me iba a decir que algunos años después iba a contribuir a concentrar este tipo de establecimientos? Fue en el año 1977, también en octubre, que era cuando empezaba el curso académico, cuando entré a trabajar como camarero en el segundo bar musical que se abrió en la parte vieja, en el Tigre Juan.

Afortunadamente, hoy la ciudad dejó de ser negra y se viste con el colorido que arranca con el Modernismo. Una coordinación empresarial hizo posible que en estos momentos haya zonas específicas de vinos, de sidras y de copas. En cuanto al río, también tiene un final feliz. Si el río no se puede traer a la ciudad, sí se puede llevar la ciudad al río. Por sendas peatonales conectadas con el centro urbano es muy gratificante pasear a la vera de los dos ríos que rodean al municipio, el Nalón y el Nora, que con sus meandros y requiebros nos invitan a perdernos en sus riberas.

Es el ideólogo de la corte de Alfonso II en Oviedo, el Beato de Liébana, el que da a luz el invento del sepulcro de Santiago en los confines más occidentales del Reino porque necesitaba un símbolo, un marchamo de legitimidad, ante la corte de Carlomagno, el mandamás del momento. Este descubrimiento todavía lo tenemos presente porque en Oviedo es posible iniciar el Camino Primitivo desde la catedral con la primera parada en la capilla de Llampaxuga antes de traspasar el río Nora en puente Gallegos, rumbo a Compostela. O también podemos escoger otra variante del Camino, la de San Salvador, que viene desde León para ver al Salvador. Ya lo indica la copla reivindicativa:

El que va a Santiago

Y no va al Salvador

Visita al criado

Y deja al señor.

En este caso tendremos que atravesar el río Nalón, aunque ya no por el puente medieval de Olloniego, que una riada dejó fuera de sitio. Otra posibilidad es andar el Camino por la Costa, que desde Villaviciosa se adentra en el interior en la búsqueda del refugio y el perdón del patrón de Oviedo. Ni Santiago tiene tanta variedad en las rutas compostelanas.

Cuando el avance de los cristianos se consolida en la meseta, el Camino Francés eclipsa a los norteños y deja a Oviedo en el olvido, por lo que el obispo ovetense consigue que el rey Alfonso VI de León venga a Oviedo para abrir con todo el boato y publicidad el mayor relicario de la Cristiandad con el fin de que sirva de reclamo a los peregrinos. El arca de las reliquias tuvo un largo y azaroso viaje desde Jerusalén hasta la Sancta Ovetensis, y en ella hay de todo, plumas del Espíritu Santo, leche de la Virgen, trozos del madero de la cruz, de las sandalias del pescador, huesos de profetas, etc., y el más conocido hoy, el santo sudario. La parte asturiana por la que se movió ese relicario la podemos recorrer hoy por el Camino de las Reliquias, que en su parte más cercana une el Monsacro (donde estuvieron escondidas durante un siglo) con la catedral, es la ruta de los 20.000 pasos

Iglesia de Santullano vista desde la Fábrica de Armas. En el medio, la autopista del norte

Pero los 50 kilómetros de sendas balizadas en Oviedo no se quedan solo en las tres variantes del Camino de Santiago o en la ruta de las Reliquias.

El monte Naranco sirve para proteger a la ciudad de los vientos del norte y en él se ubican sendas populares, como la pista finlandesa, y otras, como Raíces o Las Zetas, que ya el nombre lo dice todo. El Naranco es la caja mágica de Oviedo en la que hay bosques, fuentes, riachuelos y sendas para perderse en cualquier momento. También hay pozos empedrados donde se guardaba nieve durante todo el año, vaquerías, canteras abandonadas y en activo, cuevas misteriosas en las que se oculta el agua, trincheras, nidos de ametralladora, un cuartel de caballería abandonado, zulos, campos de tiro, sin olvidarnos de las dos joyas arquitectónicas del monte, el palacio de Santa María del Naranco y la iglesia de San Miguel de Lillo.

Esto es el pasado y el presente. El futuro de Oviedo pende de lo que los ovetenses queramos hacer con la Fábrica de Armas, un recinto verde con construcciones que nos llevan a otras épocas, cuando el rey Alfonso VII le construye a Gontrodo, su amante, el Monasterio de la Vega. En el futuro de la ciudad también tiene su sitio el antiguo hospital, un solar que admite cualquier propuesta urbanística, menos la especulación inmobiliaria. Y con la Fábrica de Gas, un paraíso de la arqueología industrial en la calle del mismo nombre, a un paso del trozo mejor conservado de la muralla que durante siglos encerró a Oviedo en un círculo en el que nació Ana Ozores, la Regenta de Vetusta.

 

Lo mejor: la oportunidad, única e irrepetible, de poder transformar el urbanismo de Oviedo para conseguir una ciudad más habitable con los grandes espacios que dejan las dos fábricas históricas de la ciudad, la del gas y la de armas, y el solar del antiguo hospital.

 

Lo peor: la ausencia de un río le resta perspectiva y transcendencia, por eso el ovetense tiende al ombliguismo.

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