Oh primavera sosegada, aurora,
enseña a mi torpor, que el alma enfría,
qué es lo que al alma lívida colora
con lo que ocurrirá durante el día.
Fernando Pessoa
Hoy, a las 4,50, llegó la primavera. Un poco antes del 21, que es el día que, en términos generales, señala el cambio de estación. Y un poco después de la festividad de san José con la que la Iglesia de Roma cristianizó el equinoccio primaveral.
Este año, la llegada de la estación de la luz y las flores no se produjo de forma abrupta porque tuvimos un invierno muy tibio, y el mes de marzo fue casi dos grados más cálido que lo registrado con anterioridad.
En medio de esta climatología tan benigna algunos viajeros que llegaron desde oriente nos trajeron el coronavirus. Al principio, ingenuos, creímos que era un cuento chino, pero en el idus de marzo el gobierno decretó el estado de alarma en el que todavía estamos.
El aislamiento provocó un cambio radical en nuestra conducta social y todos, con mayor o menor agrado, estamos obedeciendo las órdenes gubernamentales, aunque su música nos suene a la corneta del campamento militar.
Es de admirar la dedicación de los sanitarios, sobre todo los que se encuentran en primera fila de los contagios, y a todos ellos ovacionamos todas las tardes, a las 20 horas, desde las ventanas.
En medio de esta actitud de solidaridad, llama la atención la conducta de los que están en la cúspide de la pirámide social. Así, el pasado miércoles, 18 de marzo, al rey se le ocurre dar un discurso a la nación para no decir nada, un discurso hueco, intercambiable con cualquier otra fecha, desoyendo la cacerolada que sonaba en muchas ventanas para protestar por su presencia/ausencia. Hace poco había dicho: «Servir con dedicación al Estado, al conjunto de los españoles; trabajar por los intereses generales y promover acciones o iniciativas que sirvan al interés común, constituyen para mí un compromiso personal inalterable y sin matices.» Parece claro que lo de servir (que es como empieza el discurso) es mera palabrería porque no tuvo un simple gesto de solidaridad con su pueblo. Por ejemplo, podría decirnos que la fortuna de su padre está al servicio de la sanidad de su pueblo (tan necesaria en estos momentos), o podría decir algo parecido, pero no dijo nada, palabras vacías, comunes ya en su boca. Y este silencio lo convierte en estos momentos primaverales de luz, color y olor, de solidaridad, de esperanza, en un cómplice por omisión. Si este idus de marzo fue la tumba del rey emérito, esta semana (con este discurso insulso) va a ser el comienzo del fin no solo de su reinado, sino de este residuo medieval de gobierno que es la monarquía.
Tienes toda la razón
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