En el sur de la Península varias fueron las ciudades que alguna vez llegaron a ser capitales de una entidad más o menos prestigiosa. Lo consiguieron Córdoba con el califato o Granada en la época del reinado nazarí. En la actualidad, la capitalidad de la comunidad autónoma reside en Sevilla, una ciudad situada en una zona central que irradia su magnetismo con dosis similares de admiración y de recelo.
Más al sur, en el norte de África, Ceuta y Melilla izan con orgullo en el mástil de la españolidad el peso de la historia en un continente que todavía no trazó con definición sus fronteras, como es el caso del territorio polisario.

Ambas ciudades autónomas están aisladas del continente por parte del régimen controlado por la monarquía alauita. Con pasos fronterizos colapsados en los que solo pueden transitar personas con la parsimonia de un cuentagotas, Marruecos intenta estrangular la economía y la vida en las dos ciudades, sin tener en cuenta a sus propios ciudadanos, los primeros perjudicados. Es una medida similar a la puso en práctica el general Franco con Gibraltar, también inútil y catastrófica para los habitantes de la bahía de Algeciras. Con los miles de millones de euros que recibe anualmente Marruecos por parte de la UE para que ponga freno a los movimientos migratorios que se mueven por su territorio, el país magrebí intenta asentar población estable en la zona rifeña. En Tánger, antigua capital de la Zona Internacional, hoy lo es de la región administrativa Tánger-Tetuán-Alhucemas. La población aumentó desde los 75.000 de 1940 hasta pasar del millón en la actualidad. A su lado se construyó el mayor puerto marítimo de toda África (el puerto franco Tanger Med) que, financiado por las generosas remesas económicas europeas, compite deslealmente por el mercado del transporte marítimo de Algeciras.

La también rifeña Tetuán fue capital del Protectorado y es la ciudad marroquí más andaluza por la cantidad de moriscos y sefardíes que buscaron a lo largo de la historia refugio en la medina, declarada en la actualidad Patrimonio de la Humanidad.

También es conocida con el nombre de “La paloma blanca”, quizá porque reposa su blancura en la ladera de una colina donde viven cerca del medio millón de habitantes. Bastantes de ellos todavía conservan la lengua española como recuerdo de otra época no tan lejana que recuerdan con nostalgia.
Más alejada, en plena montaña rifeña, se extiende Chefchauen, la ciudad azul que fue refugio en su momento de los judíos y musulmanes expulsados de la península ibérica. Algunos habitantes todavía conservan las llaves de las casas que tuvieron que abandonar por la intransigencia de unos reyes. En su medina trazada sobre la falda de un monte que ofrece agua en cascada las callejuelas laberínticas acogen la artesanía más tradicional del Rif. En la segunda mitad del XX fue el destino que abastecía al movimiento llamado “bajarse al moro”.

En la actualidad, se dieron cuenta de que el llamativo color azul de sus calles constituye un buen reclamo turístico y todo lleva ese color, casas, calles, farolas y taxis.
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