Fue en la corte ovetense de Alfonso II cuando ocurrió el fenómeno que llega con plena vitalidad hasta nuestros días. Por aquel entonces, el rey necesitaba un símbolo, un embuste, un banderín de enganche con el que erigirse en el caudillo cristiano que tiene que conducir a su pueblo en la búsqueda de su propia identidad. El ideólogo de la corte, el beato de Liébana, supo sacar partido de la leyenda por la que el pueblo ensalzaba la figura de Prisciliano, el primer hereje que quiso humanizar la religión oficial del Imperio, ejecutado por esta causa a instancias del obispo de Roma en el siglo IV, y sepultado en un lugar cercano a las tierras del fin del mundo.

En una época de confusión, ignorancia y miedos, la manipulación de la realidad formaba parte de la vida misma, sobre todo si la mano que amasaba el mundo era el mismísimo poder. Sólo hubo que modificar un dato, un nombre, una palabra. Lo demás fue consecuencia de la labor de mercadotecnia de la época, y del salvoconducto papal que aseguraba la salvación de las almas a todo aquel que visitara el sepulcro del apóstol matamoros, el nuevo inquilino de la tumba venerada.
En seguida, una nutrida hilera de peregrinos (ávidos de ilusiones y huérfanos de esperanzas) empezó a recorrer el camino que lleva desde la corte hasta los confines donde muere el sol, el Campus Stellae. Más adelante, cuando el avance de las milicias cristianas llega hasta el sur, hasta el Duero, el Camino deja los bosques y los valles norteños para abrirse paso por la meseta castellana y leonesa, más segura y cómoda. En la catedral ovetense, este malestar por el abandono de los peregrinos no pasó desapercibido, como lo indica el dicho:
El que va a Santiago
Y no va a al Salvador
Visita al criado
Y deja al señor.
Pero la copla reivindicativa no debió de ejercer del todo su reclamo porque en el siglo XI se pone en marcha uno de los montajes propagandísticos más potentes del momento. El obispo de Oviedo logra que el rey Alfonso VI abra con todo el boato que merece la ocasión el arca donde se guarda el mayor relicario de occidente (el santo sudario, plumas del Espíritu Santo, leche de la Virgen, trozos del madero, de las sandalias del pescador, huesos de profetas, etc.). Este reclamo para atraer fieles al patrón de la antigua corte dura dos siglos. En el XIII tuvieron más poder de convocatoria los versos alejandrinos del clérigo Gonzalo de Berceo al ensalzar las virtudes de los monasterios riojanos que alojaban a los peregrinos, ansiosos de emociones por seguir sus indicaciones milagreras. Una vez más, la Literatura puesta al servicio del poder cumplió su papel publicitario. A partir de ese momento, el llamado Camino Francés será la principal vía que lleve peregrinos a Santiago.

Durante siglos, los diferentes Caminos tuvieron una labor cultural y económica que pusieron en el mapa de la cristiandad a estos lugares que de otra forma estarían condenados a un mayor abandono. El Romanticismo trazó otros caminos que se adentraban en otra España más pintoresca y cálida, más al sur. El siglo XX supuso la llegada del racionalismo y de la industrialización que vació de habitantes el mundo rural. Así, el Camino empieza a caer en el olvido. A principios de los años setenta, los peregrinos registrados que llegan a Santiago apenas pasan del centenar en un año.
La gran revitalización actual tuvo una causa meramente económica. Para contrarrestar el empuje de la Expo de Sevilla y de las Olimpiadas de Barcelona, Galicia, en la otra esquina de la geografía española, también quiso situarse en el mundo. En el 93 organiza el Xacobeo con tanto éxito que su estela todavía llega hasta nuestros días.
Si se dice que todos los caminos conducen a Roma, lo mismo puede decirse con Santiago porque al Camino Primitivo (el que sale desde Oviedo, antigua corte) se añadió el del Norte (el que sigue la costa cantábrica). Posteriormente, se populariza el Francés (por las tierras llanas del sur de la Cordillera). En la actualidad, los caminos de Santiago son tantos como las puntas de la rosa de los vientos. No solo es un fenómeno cultural y económico, es el primer reclamo del mundo occidental hecho con los mismos mimbres que conforman nuestra cultura milenaria.
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Publicado en LNE el martes, 26 de agosto de 2014
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