Es probable que los primeros vientos que se adentraron en la ría asturgalaica del Eo encontraran la vela que iba a mover un bote de madera.
Efectivamente, la tradición marinera de sus ensenadas está demostrada desde antiguo. Así, en el XVI ya se construían embarcaciones de todo tipo: gabarras (que cargaban hasta 20 toneladas), balandros, bergantines, galeras, goletas y corbetas, barcos de cabotaje, transoceánicos, boniteros y militares. Estos astilleros tenían la madera adecuada en su entorno boscoso, los ferreiros del río Navia le suministraban los clavos y con el lino que se plantaba en los alrededores se tejían las velas.
Uno de sus vecinos más ilustres, Sancho Pardo de Donlebún, capitán general de la Real Armada Española y gobernador de Cuba, encargó a estas carpinterías de ribera varias galeras que formaron parte de la Armada que intentó invadir Inglaterra en 1588.
Fue precisamente este almirante el que derrotó en 1595 (en compañía del marino tapiego Gonzalo Méndez de Cancio) en la puertorriqueña Bahía de Cabrones a los dos mayores piratas del Atlántico de todos los tiempos (Francis Drake y John Hawkings) con los que la Corona inglesa estaba acosando a la española. El hecho fue tan celebrado que Lope de Vega escribió La Dragontea en torno al dragón llamado sir Francis Drake, un largo poema épico de carácter culto que sigue la estela del latino Virgilio con La Eneida. Más cercano, el escritor Gonzalo Moure, descendiente de Sancho Pardo de Donlebún, publicó en 2005 un libro que recrea la historia del marino español con el expresivo título de “Yo, que maté de melancolía al pirata Francis Drake”.

Por otra parte, al almirante tapiego Gonzalo Méndez de Cancio, que fue gobernador de La Florida, también le debemos la llegada del maíz a Europa.
La pericia y técnica de otro de sus ilustres vecinos, el marino castropolense Fernando de Villaamil, consiguieron llevar a la práctica y botar el primer destructor del mundo en 1887. Las nefastas órdenes políticas recibidas desde Madrid hicieron que el experimentado marino muriera con las botas puestas en la batalla naval de Santiago de Cuba en 1898 contra la Marina de los Estados Unidos.
Mientras, entre 1750 y 1850 hay en la ría del Eo una veintena de astilleros de ribera que construyen el 63% de la flota mercante asturiana, pero a partir de esta última fecha la fuerza del vapor va dejando fuera de los mares la presencia de la vela y la madera. A pesar de este avance en la industrialización, la carpintería de ribera del Eo todavía tiene la fuerza suficiente para entonar un glorioso canto del cisne. Fue hace solo 100 años, en 1922, cuando en la ensenada de Lieira se botó El Industrial, una goleta-bergantín de tres palos para transportar pasaje en la línea Ribadeo-Cuba. Estuvo activo 25 años y se desguazó en el mismo sitio donde nació, en la ría del Eo.
Después de este último coletazo de viento y madera, la carpintería de ribera entra en declive y se dedica fundamentalmente a la construcción de barcos de pesca. Con el siglo XXI se generaliza el uso de metal y fibra y la artesanía de la madera se centra casi exclusivamente en los botes de recreo que, con vela latina, deslizan su elegante porte por las aguas de la ría.
En la actualidad solo queda un carpintero de ribera, Astilleros Pacho en la ensenada El Esquilo, que mantiene viva la llama de esta tradición artesanal que caracteriza a la ría. Muy cerca, en la ensenada de Figueiras sobresale otro astillero, el Gondán, acorde con los tiempos, aunque enraizado en la ría desde finales del XIX. Es la evolución desde la madera y vela al acero, fibra y propulsores de hidrógeno o eléctricos con la tecnología más innovadora para satisfacer a clientes de todo el mundo. La madera ha desaparecido del casco de la embarcación, pero sigue presente en el interior, sobre todo en las partes nobles.

Hoy ambos mundos, tradición y modernidad, están presentes sobre las aguas de la ría. Unas embarcaciones, ligeras, blancas, esbeltas y escoradas por el barlovento; otras, prodigio de la tecnología, altivas y estables, ven reflejada su serenidad sobre el mar de la ría que las vio nacer.
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