Dicen que la llamada leyenda negra sobre todo lo que huela a español se alarga mucho en el tiempo y en el espacio. El año pasado se celebró sin pena ni gloria el 500 aniversario de la primera vuelta al mundo.
Aunque fue patrocinada por el rey español Carlos I, en la aventura fueron contratados 247 navegantes, gentes de todos los lugares, había portugueses, como el primer capitán (Fernando de Magallanes), griegos eran dos de los tres pilotos de la única nave que llegó a Sevilla, italianos, como el gran cronista del viaje (Antonio Piagafetta) o alemanes, como el artillero Hans de Aquisgrán. En la nómina española sobresalen los hombres del mar, vascos sobre todo, aunque también se enrolaron gentes de tierra adentro, como el extremeño Hernando de Bustamante, el único barbero que volvió a pisar tierra con la nao Victoria.
En los 1.125 días que tardan en el viaje a lo desconocido ocurren todas las desgracias que se puedan imaginar, desde la muerte del capitán Magallanes en una batalla contra los indígenas en una isla de las Filipinas, muertes por ajusticiamiento, por sodomía, pasados por el cuchillo de las intrigas, envenenados por comidas tóxicas o muertos por lo más básico, por desnutrición en momentos en los que las ratas tienen un precio.
En la aventura ponen nombre a tierras, Magallanes bautiza la Patagonia argentina con el nombre de una novela de caballerías, como más tarde se hará con California en el norte del continente. Y a mares, el capitán que dirigía las cinco naves logra encontrar el paso que comunica los dos océanos, un paso que hoy lleva el nombre de Estrecho de Magallanes, y la bonanza y buenos vientos del nuevo mar lo lleva a bautizarlo como Pacífico.
Durante toda esta aventura en busca de las islas de las especias un marino curtido en muchas aguas pasó desapercibido en todas las intrigas, deserciones y traiciones que los océanos agitaban aún más. Juan Sebastián Elcano había nacido en Guetaria en una familia que estudió a los hijos mayores para triunfar en el altar o en los despachos. A los pequeños siempre les quedaba el mar para domarlo. Fue lo que hizo. En la Sevilla cosmopolita de principios del XVI se pone a las órdenes de un marino portugués con prestigio, pese a no obtener la confianza de su rey, Manuel I. Con él navega como maestre de una de las cinco embarcaciones.

Cuando las condiciones del viaje se tornan muy negras, dramáticas, en un océano Pacífico controlado por los portugueses, con solo dos naves y 116 hombres, menos de la mitad de los que partieron en España, Elcano es nombrado capitán de la nao Victoria, construida en Zarauz, su vecina villa guipuzcoana.
A finales de 1521 es la única embarcación que queda de la expedición, va gobernada por 47 europeos y 13 orientales. Lleva las bodegas cargadas de especias, sobre todo de clavo. El cronista escribió: “Determinamos morir y con una sola nao partir”.
En el cabo de las Tormentas (actualmente llamado cabo de Buena Esperanza) la nao Victoria se rompe aún más y tienen que achicar agua constantemente. Al no poder tocar tierra por ser una ruta exclusivamente portuguesa, la alimentación se reduce a un puñado de arroz.

Así, desnutridos, enfermos y achacosos, 18 hombres llegan el 6 de septiembre de 1522 subidos en la nao Victoria al puerto de Sanlúcar de Barrameda, demostrando al mundo la redondez de la Tierra.
A pesar de las desgracias y penalidades, con casi toda la tripulación muerta y barcos rotos, la operación fue un éxito económico para la Corona por la venta de las 27 toneladas de clavo. Elcano vio reconocido su trabajo con una renta pecuniaria importante y un escudo de armas en el que se lee “Primus circumdedisti me«.
Sobre este viaje escribió el escritor austriaco Stefan Zweig: “el viaje marítimo tal vez más terrible y lleno de privaciones que registra la eterna crónica del dolor humano y de la humana capacidad de sufrimiento que llamamos historia”.
Es la historia que no debemos olvidar.
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